Cuando nos disponemos a comprar un móvil Android, podemos encontrarnos con que hay una variedad de precios bastante grade. Hay smartphones que no alcanzan los 200 euros, mientras que otros pueden rebasar tranquilamente los 600.
Y son muchos los que se preguntan si realmente merece la pena pagar esa diferencia de precio o si es preferible apostar por algo más económico.
¿Merece la pena pagar por la gama alta?
Cuál es la diferencia entre los smartphones caros y baratos
Los smartphones de gama alta suelen tener unas prestaciones mucho más potentes que los más económicos, lo que se traduce en mejores procesadores, más memoria RAM o mejores cámaras.
Es cierto que hay ocasiones en las que también se paga la marca, ya que hay smartphones que suben de precio simplemente por la publicidad. Pero lo habitual es que realmente haya una diferencia sustancial entre los smartphones de gama media, que suelen ir enfocados a un público no demasiado exigente, y los de gama alta, que son capaces de satisfacer las necesidades de quienes quieren sacar el máximo partido a su móvil Android
¿Necesitamos realmente prestaciones exigentes?
Si bien hemos comentado que los smartphones de gama alta suelen tener mejores prestaciones, la realidad es que son muy pocos los usuarios que realmente les sacan todo el partido. La mayoría de las aplicaciones más comunes que solemos usar a diario, funcionan a la perfección en un gama media.
Seamos sinceros, la mayoría de nosotros utilizamos los smartphones para enviar y recibir WhatsApp, consultar redes sociales y acceder al correo electrónico, y como mucho para algún juego ocasional. Y para todo esto, nos basta sobradamente con un terminal de 200 euros.
¿Cuándo merece la pena pagar por la gama alta?
Pagar por un smartphone de gama alta, merece la pena cuando queremos jugar a juegos avanzados, utilizar aplicaciones profesionales que demanden muchos recursos, para diseño profesional, o cuando queremos que el smartphone sustituya a la cámara de fotos y buscamos un sensor exquisito. También, si simplemente nos apetece darnos el capricho (y nos lo podemos permitir), pero entonces ya no hablamos de necesidad, sino de gustos.